Somos una familia inmigrante proveniente de Latinoamérica y vivimos muy felices en Metrotown. Mi esposa y yo, tenemos dos hijos de 15 y 12 años. Actualmente rentamos un departamento en uno de los edificios que están destinados a ser demolidos para, en su lugar, construir un par de edificios, unidades habitacionales y locales comerciales. Esto, lógicamente, implica que más temprano que tarde nos veremos obligados a abandonar el lugar en el que hemos vivido desde que llegamos a Canadá hace casi nueve años. Estamos muy agradecidos con este hermoso país porque, cuando nosotros más lo necesitábamos, fuimos recibidos con los brazos abiertos por quienes hemos tenido la fortuna de conocer. Tristemente, las condiciones en las que abandonamos el lugar que nos vio nacer fueron traumáticas debido a la violencia y la corrupción. Aunque difícil, el resultado empezaba a verse alentador; mis hijos llegaros muy pequeños lo que ayudó para que su adaptación fuera más o menos suave, pero ahora que son mayores y pueden darse cuenta de las circunstancias que nos obligan a dejar atrás el lugar donde ellos han crecido, nuestros hijos se sienten desconcertados y atemorizados por la falta de estabilidad que repentinamente pende sobre la familia.
Cuando llegamos a Vancouver, el destino misericordiosamente nos trajo a Metrotown donde nos fue otorgada una oportunidad de rentar en este edificio sin más respaldo que nuestra promesa de que cubriríamos los pagos de la renta con puntualidad y al paso de los años, comprendemos lo afortunado que fuimos. En menos de 15 minutos caminando podemos llegar a la biblioteca, al community centre al centro comercial y salas de cine, al SkyTrain, al bus loop, la escuela y varios parques, entre ellos el Central Park. También caminando podemos visitar a nuestro médico familiar y diferentes farmacias; inclusive, en ocasiones nos hemos tenido que trasladar al Burnaby Hospital por asistencia médica. Afortunadamente nada grave; sin embargo es también reconfortante poder contar con acceso a servicios médicos de emergencia y es posible llegar inclusive en un corto viaje de autobús. Cerca de nosotros está también la iglesia a la que asistimos y la comunidad con la que nos congregamos. Para nuestros hijos, estar cerca de sus amigos y compañeros de escuela es algo que los hace sentir que pertenecen a Metrotown y la sienten como su hogar. Se sienten seguros caminando a visitar a algún amigo para invitarlo a jugar al parque o para hacer alguna tarea escolar. Estos son sólo algunos de los ejemplos que vienen a mi mente en este momento. Dada la prontitud con la que nuestro hogar se ve amenazado, hemos buscado opciones, pero sencillamente no hemos podido encontrar ningún lugar que cuente con al menos la mitad de las amenidades mencionadas y, por lo que hemos podido ver, no creemos que sea posible encontrarlo.
Al paso de los años, también puedo contaros que algunas de las amenidades que teníamos cerca han ido desapareciendo mientras altos edificios se yerguen a nuestro alrededor. Una de las cosas que más lamentamos es la vista que solíamos tener de las montañas y la luz del sol entrando por las ventanas. Quizá para algunos, esto sean cosas simples; sin embargo son estas simples cosas, las que uno busca tener y ahora nosotros hemos perdido.
Hablando de pérdidas, con la inminente evacuación que ahora pende sobre nuestra familia y la amenaza de ser desplazados de nuestro hogar, ahora también hemos perdido el sentimiento de seguridad y estabilidad; no queremos irnos y por lo mismo no podemos evitar sentirnos marginados. Al llegar a Canadá, una de las cosas que, como inmigrantes, tuvimos que encarar es haber dejado nuestra vida atrás y empezar de cero. Pasados casi nueve años tenemos ya un estilo de vida y una vida social que desde luego se verán afectadas, pero algo que decididamente nos obliga a retroceder es el desembolso económico que nos espera y para el cual no estamos preparados. Las opciones de renta en la zona no solamente escasean en misma proporción en la que edificios son derribados para construir viviendas que no están pensadas para la renta y el precio al que se cotizan los nuevos departamentos provoca, a su vez, que tradicionales viviendas pensadas para la renta eleven sus precios; algo que en lo personal considero injustificado y ventajoso. Cierto es que a todos nos gustaría poder adquirir una vivienda, pero haber “re-iniciado” nuestras vidas hace tan solo poco más de ocho años nos sitúa en una posición complicada y al obligarnos a pagar una renta más elevada quedamos condenados, no tanto nosotros, sino nuestros hijos a tener un futuro más difícil.
Hasta este momento no puedo más que especular lo que se nos avecina, pero lo que sí es seguro, ser obligados a destinar más dinero en renta hoy, limita nuestras opciones de compra para nuestra propia vivienda y destinar dinero a la educación de nuestros hijos.